Leer, leer y leer

Réquiem Prematuro
Alberto Cañas (Tomado de La Nación, suplemento Ancora; 26 de abril de 1998)

A lo lago de mi vida son muchas las ocasiones en que me ha tocado escuchar proclamas en el sentido de que el último "adelanto" va a provocar la obsolescencia de lo que teníamos antes.
La invención del cine causaría, antes de que yo naciera, que conste, la desaparición del teatro; esto arreció cuando el cine aprendió a hablar, y sucedió lo contrario, porque a partir de 1930 y hasta 1960, el teatro vivió un auge como raras veces lo han conocido.
El cine también afectaría al libro, porque la gente dejaría de leer novelas, que el cine le daría en noventa minutos. Pero la humanidad no dejó de leer novelas.
Más tarde le tocó a la televisión ser la candidata a matar al cine. Afectó, es cierto, el negocio, no el arte del cine, y obligó a los magnates a ampliar el tamaño de las pantallas, aunque no, ay, a mejorar la calidad de su producto.
A lo que parece, la gente volvió al cine, a pesar de que las pantallitas de televisión puede ver cine del mejor, sea por satélite o por video-casetera.
Todo se transforma, nada se destruye. Esta ley física se filtra por todas partes. No sé si los seres humanos dejarán de leer sus libros. Leer en la pantallita tiene sus incomodidades; una familia necesitaría una pantallita para cada miembro, y las pantallitas no las regalan. Leer en un libro tiene sus ventajas: la posibilidad de subrayar y dejar anotaciones en las páginas del libro, trasladarnos en él, leer en el avión cuando viajamos y (se dan casos) preferimos leer que ingerir licor, leerle en voz alta a nuestra pareja, y de veinteañeros, leerle a la sombra de un árbol. Y ¿por qué no? Sabernos dueños del objeto y atesorarlo. El señor George Steiner, con ese criterio parroquial que caracteriza frecuentemente a los angloparlantes, le confiere valor universal a la aparición del libro que en traducción literal llama "de pasta suave" ( en rústica, se ha dicho siempre en español), fenómeno ese limitado estrictamente a la cultura que él pertenece. En español, como en francés, los libros siempre vinieron, como regla, en rústica. Y no es sino ahora que en Francia se está popularizando el libro empastado en tela. Los mercados de habla inglesa se vieron afectados, como todos, por la espantosa alza inglesa en el precio del papel, lo cual llevó a copiar a los otros mercados y popularizar el libro en rústica.
Yo recuerdo cuando, cuarenta o cincuenta años atrás, en los Estados Unidos, un libro en tela costaba alrededor de cinco dólares y el de "pasta dura" más de veinticinco. Pero el mercado, hasta dónde yo sé, no se ha afectado, y los tirajes siguen creciendo y los best-sellers vendiéndose por millones. En nuestro mercado hispanoparlante, los tirajes de centenares de miles no están circunscritos a Gabriel García Márquez. Cambian los gustos. Se lee menos poesía que antes (¿culpa de los poetas mismos?, ¿fidelidad de los lectores a los viejos poetas de lenguaje directo y no estrictamente metafórico, a los que escribieron en verso musical y en prosa dividida en reglones?) Ha desaparecido la clásica novela "de aventuras" para adolescentes (pero siguen circulando Julio Verne y Salgari). Ya es raro encontrar un libro de viajes ( la fotografía y la televisión los hicieron innecesarios) pero me tomo la libertad de recomendar los de Paul Theroux.
Más daño le ha hecho la pantallita a los periódicos que a los libros, desde que les robó la primicia informativa. Pero los periódicos subsisten (menos periódicos que antes, pero en Costa Rica más). Así subsiste el teatro, así subsiste el cine, así subsiste el libro.
Las cosas desaparecen cuando la desaparición del medio a que sirven las convierten en inútiles (las tajonas de los cocheros, las escupideras, las novelas de M. Delly y Pérez y Pérez, el papel secante, los linotipos, María Félix)
Los libros, hablo de los objetos, no de su contenido, todavía no lo son. Están cada día más caros (culpa de los fabricantes de papel y de cierta escalada en los derechos de ciertos autores). Pero son cada día más entrañables para las personas que los aman. Y me parece percibir que está creciendo en todo el mundo el número de personas que los aman. ¡Qué impresionante cantidad de libros se publican anualmente en Costa Rica!
¡Qué hermosas, que modernas librerías que se han abierto en nuestra área metropolitana últimamente!.



La lectura, más allá de una palabra
Ana Isabel Quirós Rojas, Ama de casa

Si se analiza cuál podría ser la importancia de la lectura en nuestra sociedad, quizá se obtendría más de una respuesta como criterio a tan importante interrogante.

Encontrar la respuesta depende en gran medida de la visión particular de cada individuo o grupo de ellos. Sin embargo, a lo mejor lo más relevante es cómo poner en práctica dichos conceptos, con qué recursos intelectuales se cuentan; en otro orden de ideas, cómo se organiza un grupo determinado para abordar esta problemática. Estos son algunos aspectos que competen no sólo a la Educación como sistema, sino que a la familia en sí.

Ahora bien, no es importante la lectura por la lectura, sino qué tipos de lectura. A quienes se dirige; no es lo mismo una lectura para niños que otras para adultos, los intereses no son iguales.

El punto en toda esta complejidad de criterios quizás consiste en establecer políticas educativas, desde el jardín de niños, en los niveles de Educación General Básica, apto para que la lectura forme parte cotidiana de la práctica del individuo.

De igual manera la familia, como célula de nuestra sociedad, debe velar para que los niños, jóvenes y adultos nos formemos hábitos de lectura.

Este tipo de lectura o concepto de ella debe establecerse en que ésta debe ser "un placer", no un mandato.

Promover que con la lectura se llega a un conocimiento del mundo completamente diferente a nuestra vivencia diaria, que va más allá de nuestras complejas y diarias relaciones interpersonales.

Por medio de la lectura se conocen visiones de mundo diferentes, recreamos nuestra visión del medio social y adquirimos grados cognoscitivos más elevados de aquellas personas que no acostumbran leer.

Además se propician espacios para la reflexión, el intercambio de ideas y formas de ser. En la variedad existe la posibilidad de posesionarse de una u otra manera de pensar que retroalimenta la nuestra.

El crear círculos de lectores, en el mismo núcleo familiar, con amigos, vecinos, todo ello se puede fomentar siempre y cuando exista predisposición y el sentimiento de que la lectura va más allá de unos signos carentes de sentido...
En ellos se posesionan muchos de los secretos de la humanidad



No hay peor analfabeto que el que no quiere leer

Santiago Porras, Escritor guanacasteco, nacido en las Juntas de Abangares. Su libro " Cuentos Guanacasticos", constituye un valioso aporte a la literatura costarricense.


¿Cómo será la vida sin la posibilidad de leer? Ha de ser muy triste.

Debe sufrirse una sensación de desamparo similar a la que se experimenta en un país con un idioma y una escritura desconocidos.

Por eso no disfrutar de ese privilegio, pudiendo hacerlo, es el pecado cultural más grave que se puede cometer, a esos analfabetos voluntarios es que alude el título de ese artículo como los peores, no a quienes no pueden leer por limitaciones físicas, mentales o económicas.

Esos analfabetos por desidia no tienen perdón, sin razón válida se condenan a la ignorancia, privándose de la gloria del conocimiento y el solaz que da la lectura. Pasan por este mundo sin percatarse de la maravillosa aventura que es la vida.

Y que nadie se engañe pensando que después va a tener tiempo para leer los libros que quiera, porque, aunque se dedicara todo el tiempo de una vida a la lectura, no alcanzaría para leer, los libros más destacados de los autores más famosos. Ya se sabe que el tiempo perdido hasta los santos lo lloran.

Y lo más lamentable es que quien no se habitúa a la lectura sí se habitúa a no leer, porque es más fácil contraer aquello que no requiere esfuerzo.

Aunque vale la pena, no es fácil hacerse del hábito de la lectura en estos tiempos.

A la natural abulia de la gente contribuye decididamente la lectura obligatoria de textos complejos y aburridos que la oficialidad, vaya a saberse con que propósitos, le receta a los jóvenes; pero, sin duda, los mayores competidores de la lectura lo constituyen las maravillosas distracciones que ofrece la tecnología contemporánea: la televisión, los discos compactos, los videos o la internet.

Sin embargo, la lectura no tiene que ser desplaza totalmente por la información (aunque sea buena) que llega por esos medios modernos. Se debe dedicar tiempo a cada uno; después de todo, mucho de la buena información se origina de la buena literatura.

Por eso, a diferencia de lo que piensa Bill Gates, el libro perdurará, y lo único que sustituirá la graticante experiencia de leer un buen libro siempre será la lectura de otro libro mejor.



La lectura: el camino hacia la autodidaxia
Rafael Ángel Pérez Córdoba. Ganador de la Carrera de San Silvestre, Brasil, 31-12-74. Ganador de la Carrera de San Blas de Ilescas en Coamo, Puerto Rico, febrero de 1976. Miembro de la Galería Costarricense del Deporte.


Es difícil pensar en la lectura, sino en términos de la apropiación del conocimiento; es decir, como uno de los mecanismos para su adquisición, interpretación y uso.
Por lo tanto, la lectura es una poderosa herramienta cultural del pensamiento humano.

Mirando en retrospectiva, pero también hacia el futuro, divido mi vida en tres períodos. Distintos en sus contenidos; pero siempre teniendo en común el despliegue del desarrollo humano.

La primera etapa corresponde a mi niñez y adolescencia. En esta fase estuve interesado en cumplir a cabalidad los "requisitos" obligatorios que la educación primaria y secundaria me demandaba.

Digo obligatorios porque si fuese por voluntad propia, al igual que muchos niños y jóvenes, no me habría interesado en cumplir; tal es el nivel de estulticia con que son formulados e impuestos. Sin embargo, en ese ambiente, la lectura me ayudó a superar las debilidades que muchos de mis maestros y profesores presentaban.

Hoy creo firmemente que el éxito o el fracaso escolar, en mucho, están definidos por la capacidad de lectura que maneja un estudiante.

El segundo momento de mi vida corresponde a la experiencia deportiva, donde mis compatriotas me han reconocido el aporte denominándome el "atleta del siglo XX".

En ese ámbito, pronto me di cuenta que para obtener éxito en esa actividad, estaba obligado a tener conocimientos profundos en una diversidad de campos, tales como: la anatomía humana, la fisiología, la kinesiología, la dietética, la sicología y la sociología entre otras.

Lamentablemente, en los mejores momentos de mi carrera deportiva, en el país prácticamente no existían especialistas en esos campos.
Por lo tanto, de nuevo la lectura debió ayudarme a superar las debilidades existentes en el ambiente. Hube de recurrir entonces a los libros y las revistas en mi lengua materna y en otros idiomas para buscar el conocimiento que me permitiera utilizar de la mejor manera posible, los dotes que la naturaleza me había dado.

Finalmente, en el tercer período de mi vida- que en la actualidad estoy experimentando- como especialista en el campo de la educación y persona preocupada por no repetir y reproducir, sino por construir alternativas distintas en el ámbito de la enseñanza y el aprendizaje, por innovar y buscar nuevos horizontes; de nuevo me encuentro, y ahora más que nunca, que la lectura es la herramienta privilegiada para encontrar sendas inexploradas.

La experiencia personal me lleva a concluir que la lectura es el camino hacia la autodidaxia. Una ruta conduce a la autonomía.

La lectura es un fenómeno maravilloso mediante el cual, en unos pocos minutos, me puedo poner en contacto con las ideas brillantes que a mentes privilegiadas les ha costado toda una vida formular.

Por eso, me asusta pensar en lo corto de la vida y en lo mucho que me falta por leer.



¿Desaparecerán el árbol y el libro?
Amalia Chaverri F. Tomado de: " La Nación", suplemento Áncora, 30 de junio de 1996.

Sabemos que el libro se hace a partir de un árbol y que los árboles están a punto de desaparecer. ¿ Sucederá lo mismo con el libro? La posible "desaparición" del libro no obedecería a que se acabe su materia prima pues la ciencia tiene la opción de buscar un sustituto del papel. Esta preocupación está ligada a razones más profundas: el desinterés por el poder evocador de las imágenes literarias; una negación del placer que concede la lectura de un buen texto; la fascinación que produce la cultura de la imagen...

Sin embargo, sigamos creyendo que este conjunto de partes planas y flexibles, llamadas todavía "hojas" por su relación con el árbol, impresas con signos de pigmentación oscura y llamada "libro", podría cambiar de formato, pero no va a desaparecer.

No compartimos el proverbio chino que dice que una imagen vale más que mil palabras, si de él se desprende una pérdida del poder de la palabra.

De tan amplio que resulta hablar del libro, me propongo compartir con los lectores un mosaico de divagaciones, pensamientos y experiencias de quienes han tenido suficiente autoridad para hablar de él.

Comencemos entonces por Jorge Luis Borges, quie escribió:

"De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo; pero el libro es otra cosa; el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación".

Las referencias a la relación entre el libro y la memoria son evidentes desde el inicio de a escritura. En el Fedro, de Platón, Hermes le presenta al faraón la invención de la escritura.
El faraón se opuso creyendo que, con la aparición de la escritura, la palabra se petrificaría al estar confiada a un trazo de papiro, lo cual desentrenaría a la memoria.

Muchos siglos después, Umberto Eco rebate al faraón al firmar que se trata de la antigua idea de que algo nuevo siempre destruirá a algo viejo.

Para Eco, el libro no es una petrificación de la memoria, sino una máquina para producir interpretaciones, interioridad, y memoria; porque, desde una perspectiva neurológica, la aparición del libro implica un aumento de memoria pues se crean nuevos espacios en nuestras neuronas destinados a recordar.

Parece entonces coincidir con Carl Sagan quien, en la persistencia de la memoria, plantea: " Cuando nuestros genes no pudieron almacenar toda la información necesaria para la supervivencia, inventamos lentamente los cerebros; pero luego llegó el momento, en el que necesitamos saber más de lo que podía contener adecuadamente un cerebro.

De este modo aprendimos a acumular enormes cantidades de información fuera de nuestros cuerpos. Según creemos, somos la única especie del planeta que ha inventado una memoria comunal que no está almacenada en nuestros genes ni en nuestros cerebros. El almacén de esta memoria se llama " biblioteca".

Recordemos una escena del Orlando Furioso. Hay un enfrentamiento entre el nigromante Atlante y la intrépida amazona Bradamante, una mujer de pelo en pecho ( en palabras de Fernando Sávater). Atlante es un anciano casi inválido que sólo lleva en sus manos un libro; pero el libro es mágico y cada golpe, estocada o mazazo que Atlante lee en sus páginas lo recibe inmediatamente ella, quien apenas puede guarecerse de tan desconcertante ataque.

Gana la batalla el anciano; imagen ejemplar de la magia del libro y del poder de la palabra escrita, superior a todas las armas porque las reemplaza y la inutiliza; por eso dice Sávater " que todo libro es, a su modo, mágico..." De igual manera hace la siguiente analogía de la lectura como fuerza reproductiva:

"Insisto en que los libros son y necesariamente han de ser muchos porque el acto de leer, como el acto sexual, puede ser efectuado en busca de muy diversas recompensas subjetivas, pero en sí mismo tiene como objetivo natural la reproducción de su especie".

Recuerdo también a sor Juana Inés de la Cruz cuando dice soportar el claustro gracias a que se recoge en el sosegado silencio de sus libros.

En el manuscrito carmesí, de Antonio Gala, Boadbil expresa: "Pero quizás más que nada sueño con mis libros, los fieles obedientes que se dirigieron tanto a mí con voces disponibles. Ellos, inconmovibles, han sido mi soporte y mi certeza".

Y el profesor de literatura de la película Shadowland afirma algo que comparto plenamente: " Leemos para saber que no estamos solos".

Leer es oír la voz de otra persona que quizás murió hace miles de años, pero también es oír la voz de los que tenemos cerca.

Antes de terminar, preguntémonos: ¿a qué utopía podríamos aspirar? La respuesta la dio, en el siglo pasado, John Ruskin al proponer sustituir el servicio militar obligatorio por una especie de servicio lector:

" ¡Pensad qué cosa tan sorprendente sería, dado el presente estado de la sabiduría pública, que adiestrásemos a nuestros campesinos en el ejercicio del libro en lugar del de la bayoneta!
¡Que reclutásemos, instruyésemos, mantuviésemos dándoles un sueldo, bajo un alto mando capaz, ejércitos de pensadores en lugar de ejércitos de asesinos!.

Conceder premios por haber acertado con precisión una idea como ahora se premia al que pone la bala en el blanco..."

Confiemos en que los escritores sigan manteniendo lo que Gabriel García Márquez llama " el insaciable y abrasivo vicio de escribir". Si es así, seguiremos teniendo libros.



Nunca ha habido libros
Carlos Cortés. Tomado de: "La Nación", suplemento Áncora, 26 de abril de 1998.

Desde su lugar en la Universidad de Cambridge, George Steiner fue uno de los más influyentes críticos literarios. Entre otros, a él se atribuye el "descubrimiento" de Borges y de Paz en inglés y sus obras superan el análisis textual para indagar en la antropología, la literatura comparada y la filosofía del lenguaje.

Desde los años sesentas intentó reconstruir el humanismo tradicional y oponerse a la decadencia de la "civilización" y a la cultura de masas, propósito que se alimenta tanto del vacío dejado por la Segunda Guerra Mundial como de la irrupción de las industrias culturales.
Su aversión por la televisión es típica en académicos que temen la enajenación de la tradición clásica.

Concuerdo con él en que la función lector /lectura implica condiciones tecnológicas- libro-, económicas- capitalismo- y sociales- burguesía consumidora de cultura-, en que la literatura propugnó un canon de la cultura occidental. En una cultura de masas aleatoria es imposible jerarquizar la literatura canónica. Ya no: libro es ahora lo que pueda venderse y literatura lo que puede leerse.

Es desacertada su definición de la "era del libro", entre 1550 y 1950, al llegar el libro de bolsillo. Nunca ha habido libros sino lectores, independientemente del soporte físico.

Además, ¿qué es un "libro", si los sumerios ya tenían diccionarios de sinónimos? Como lo demuestra Róger Cartier, la función libro/ lectura ha variado muchísimo, pero siempre transcurre por instancias de socialización. Con ruido o no, en soledad o en compañía la lectura se hace con otros, desde otros y para otros tanto como para uno. Es discutible si el papel de pulpa sobrevivirá o no, pero la función "texto- lector" continuará.

Habrá siempre bibliotecas en papel porque el libro popular sigue siendo el medio más interactivo y autónomo que hay; pero además el lenguaje multimedia no se opone a la cultura escrita, como estigmatiza la herencia judeo-cristiana.

Los nuevos centros de documentación son multimedia o hipermedia y a la par de los impresos el lector "lee" discos, CD- rom o redes. El hipertexto de la navegación en arborescencia de un CD- rom se parece mucho a los catálogos de saberes de la Edad Media y la literatura es más universal que nunca: un caribeño que habla de su familia, un tal García Márquez propició una narrativa nueva en la India y en África. La humanidad requiere de cuentos, de estándares narrativos.

Todo eso no niega la actual confusión entre espacio público y privado, culturales e identidades, que el jerárquico humanismo clásico resiente.

La característica de la pos modernidad es precisamente la dificultad por inscribir -escribir/reescribir- una tradición nueva.


El Libro es amistad
Julio Rodríguez. Tomado de: "La Nación", suplemento Áncora, 26 de abril de 1998.

Ya adentrando en el camino de las letras y de la vida, se pregunta Octavio Paz: "¿para quién escribo?" y respondía: para el "cada uno" que formaba el público. " Escribo para ti, lector. Para tenderte la mano, para estrechar tu mano". El libro es amistad y, como el amor verdadero, crecimiento mutuo.

La mayor parte, sin embargo, nunca estrechará esa mano generosa cargada de palabras como pocos, en nuestra lengua, han logrado jamás laborar: Pasarán de lejos. Son la caravana de los que no saben leer o de los que, sabiendo leer, carecen de sensibilidad para buscar lo mejor. Analfabetos reales, analfabetos funcionales, analfabetos insensibles. ¡Qué despilfarro!.

¿Por qué una multitud nunca estrechará la mano que le tiende Octavio Paz y con él una larguísima hilera de escritores hasta el alba de la humanidad? Por la familia, por la escuela y por el ruido. El hábito de la lectura se sorbe con la leche materna- la mujer, al fin de cuentas, es la portadora de la vida y de la palabra- luego, crece y se arraiga en la escuela. Si este ciclo cumple, la lectura será un proyecto de vida.

Desventuradamente, de la familia desapareció, hace mucho tiempo, la palabra oral y a palabra escrita; la escuela ha renegado del lenguaje y, afuera y adentro, hay mucho ruido.

El arte de escribir- regresemos a Octavio Paz- como el arte de leer son artes de solitarios, de seres que viven en soledad. La lectura supone y exige concentración y silencio para recrear lo escrito, aún en medio de la multitud, en el vaivén del avión o del tren, en el bullicio del mercado.

Retirarse, concentrarse, guardar silencio. El mundo actual perdió esta sensibilidad. Pero, pese a McLuhan y otros, que con libros, han anunciado la muerte del libro, Internet, si sabemos explotarla, le tiende la mano del libro.

Esta es, por ello, la hora para que el Estado acuda en auxilio de la palabra oral y escrita, y formule una política del lenguaje, que anteceda y guíe la política tecnológica. Así, estrechando las manos de los grandes cultores de la palabra, nos salvaremos de la barbarie y, como quería Octavio Paz, crearemos una comunidad humana.



Literatura, libros y cultura de masas
Jaime Fernández Leandro. Tomado de: "Graphiti" Año VIII, No.54-55 época Agosto- octubre.


En una oportunidad realizaba gestiones en una editorial y cuando iba saliendo de las instalaciones me topé con un recorte de periódico que estaba pegado en una pared. Resultó ser un comentario de Gabriel Said, intelectual mexicano, sobre los libros, la anunciada desaparición del libro, para ser exacto.

Señalaba Said que, curiosamente, en una época en la que se preconiza la defunción de la galaxia de Gutemberg, cada vez se publican más y más libros. ¿A qué se debe esto?, se preguntaba Said. Y seguidamente respondía que el libro, a diferencia de la televisión, sí respeta el derecho de las minorías a ver la vida de un modo diferente.

Se hacen tirajes de mil, dos mil, tres mil libros (y hasta de pinches quinientos, como es muy común en nuestro medio) y la edición sigue siendo rentable. En cambio la televisión- para poner el ejemplo más burdo- produce programas casi exclusivamente para la masa. Porque ella radica la jugosa rentabilidad que le es característica.

Se puede anegar a la gente con surrealistas y lucrativas horas de violencia, sexo, humor barato, frivolidades a granel y al final de la jornada darles... "un minuto con Dios".

En mi criterio, el libro a diferencia de la chupeta electrónica, rescata al individuo frente a la tiranía de la masificación.

Y la literatura, la buena literatura acaso sin proponérselo ha devenido en el fuego prometeico (entendido como la luz de las ideas y los conceptos) en contraposición con el oscurantismo que paradójicamente viene a significar el universo de la imagen, en el cual generalmente detrás de los oropeles lo que hay es basura monda y lironda. Lo anterior hay que constatarlo (tristemente) en un país como Costa Rica, en el cual sucede que el sistema de educación formal, pese a tener una cobertura tan amplia, ha sido meticulosamente incapaz de inculcar hábitos de lectura en el grueso de la población.

Señalan los expertos en la materia que Mesoamérica es una de las regiones del mundo en que menos se lee, en ninguna de las apasionadas telenovelas que tanto gustan por estos lares aparece gente leyendo. Y podemos agregar que es prácticamente imposible que nuestros mismos docentes inculquen hábitos de lectura en sus alumnos, cuando ellos mismos no leen.

Se ha dicho que la lectura es algo así como los aeróbicos del cerebro, habría que convenir, entonces, en que nuestra población es abrumadoramente sedentaria. Y ello pone en jaque a los oficiantes literarios que deambulamos por estas latitudes. Porque el escritor aquí es un bicho raro, dedicado a una actividad totalmente carente de sentido pecuniario.

Pero lo curioso es que el libro en nuestro medio posee un prestigio social indudable, el cual no precisamente se refleja en los hábitos de consumo de textos literarios. Es como si ese prestigio proviniera, paradójicamente, de la falta de contacto de la mayoría con ese fenómeno llamado libro.

Los editores (creo que fue García Márquez el que señaló la dicotomía editores ricos, escritores pobres), siempre sobre la jugada han reaccionado ante la avalancha del bombardeo electrónico, sacando la carta de la literatura "light", deseosos por allegara sus molinos, a un sector de potenciales compradores de libros que, teniendo la capacidad adquisitiva, no tienen mayor interés en la lectura, y menos aún en el ejercicio cuestionador del sistema político, económico y social que tradicionalmente ha caracterizado a lo que se considera buena literatura.

A un "yuppy" con celular sobre la mesa y dorada tarjeta de crédito, posiblemente le valga un pepino sumergirse en una literatura que cuestione el sistema capitalista en el cual se siente realizado, pero si una casa editorial le plantea la imagen de una escritora guapa en pose de actriz cinematográfica, ahí la cosa cambia.

Nada raro es que compre el libro de esa autora, y se declare uno de sus más rendidos "fans". Vivimos una época que, pudiendo ser luminosa, es oscurantista.

La familia del vate andaluz García Lorca anuncia que colocará en Internet "Poetas en New York", situando la obra al alcance de un público más amplio. Sin embargo, lo que parece importante a la masa es el bataclán futbolero, la telenovela lacrimógena, las aventuras amorosas de tipos que dicen haberse acostado con miles e mujeres.

Los medios de comunicación han destacado una trivialización de la existencia realmente pasmosa. Y los publicistas han alcanzado el clímax del capitalismo que ya no tiene nada más que temer del socialismo real, cuando presentan una anciana negra, desdentada, jolgórica, arrebatada por el júbilo de un gol (¿Será el nuevo opio de los pueblos?), y nos aconsejan muy subliminalmente "Sueñe fútbol, como fútbol, tome Coca Cola".

Huele un poco como a lavado de cerebros... ¿Entonces, qué papel juegan la literatura y los libros en un mundo que tiende a parecerse cada vez más a la ficción de Orwell?

En mi criterio, representan la reivindicación del individuo frente a la tiranía de la turba vocinglera, el espacio del silencio creativo y la reflexión humanizante, en contraposición con la batahola de frases cliché, idolillos de postín y princesas de opereta que tan ocupado traen al muy vacío mundo contemporáneo.



Una Sorpresa en sus Manos
Rafa Fernández. Destacado pintor nacional.

No hay duda de que un libro es un misterio y la pregunta que genera es: ¿Será bueno? ¿Estará bien escrito? Basta leer la primera página y en adelante, la lectura nos lleva por los caminos del asombro o por los de la desilusión.

Así, aún teniendo una mala experiencia en una obra que carece de la calidad para atrapar al lector, en otras ocasiones un buen libro puede producir el efecto contrario, ya que la fuerza del lenguaje y la fantasía lo tornan interesante y el lector que es atrapado en la narración, se convierte en un visionario que se recrea en mundos misteriosos que el autor propone: trama, personajes, espacios.

Dados los elementos anteriores, el lector, con su disposición puede sentir que habita en el libro y convertirse en un personaje más, un espectador a quien los protagonistas no notan.

Es un fantasma que se asombra de lo que ocurre, de lo que se dice, cuyas sensaciones surgen de la lectura, lectura que lo embarca hacia la extraordinaria aventura de la imaginación.



Saber Leer
Arnoldo Mora Rodríguez. Tomado de: "La República", martes 1 de mayo de 2001.

Más que una moda, hablar hoy del libro se ha convertido en un tópico que abarca muchas facetas, que tienen que ver con las nuevas tecnologías (Internet), con la globalización de los mercados, ya que el libro es también una mercancía que nutre una floreciente industria editorial, con el estímulo a la cultura nacional y a la creatividad de intelectuales y poetas, con la alfabetización de amplios sectores marginados, e incluso, con la competencia de otros medios de información que recurren a la imagen (TV) cuyo abuso desestimula la lectura principalmente entre las nuevas generaciones.

En medio de este mar de inquietudes que oscilan en torno al libro todas ellas, por lo demás, totalmente legítimas - no se nos debe olvidar que el objetivo fundamental del libro es la lectura y que, por tanto, solo se justifica escribir si logramos tener lectores sensibles e inteligentes -. Tener lectores de esta naturaleza es la mejor recompensa que puede tener un autor y, en última instancia, la razón de ser del acto de escribir. No se escribe por autocomplacencia sino para comunicarse.

El libro no es más que el vehículo o instrumento, mediante se inicia un diálogo entre autor y lector, diálogo que rompe todas las barreras del espacio y el tiempo, que se sitúa más allá de las diferencias ideológicas y culturales y nos instaura en el ámbito de las ideas y los valores.

Por eso, ocasiones como e Día del Libro o las diversas ferias del libro que se celebran a través del año y en los más variados lugares, deben ser ocasión no sólo para vender libros y promover autores - cosa, por lo demás absolutamente legítima y necesaria- sino, sobre todo, para acrecentar el círculo de lectores, inculcar el hábito de la lectura y fomentar una lectura que permita ampliar el ámbito de lectores inteligentes, sensibles y críticos.

El mayor obstáculo en nuestro medio para lograr esta noble meta, es el limitado vocabulario que maneja el costarricense medio, que difícilmente sobrepasa 700 palabras. Con una pobreza en palabras de este esperpéntico nivel, resulta imposible pensar siquiera en tener un radio de lectores significativo, a pesar de que Costa Rica produce y consume más libros que el resto de países de Centro América juntos.

Esto sólo se logrará si los hogares y centros de educación se preocupan por inculcar desde los más tiernos años de la infancia y la adolescencia, la lectura como un hábito, tan arraigado como placentero, de modo que leer no sea visto por las nuevas generaciones como una simple y odiosa obligación escolar.

Para ello se debe comenzar por habituar al escolar a usar el diccionario - única forma de ampliar el vocabulario - de manera sistemática. Pero la comprensión de las palabras constituye tan solo el punto de partida indispensable de una de las más bellas experiencias de la vida, la cual es la de saber leer.

Saber leer es no sólo comprender las palabras de un texto. Es, ante todo, iniciar un diálogo con el autor y, a través de él, de una época. Porque un libro es tan sólo el reflejo del pensamiento vivo de un autor quien, a través de su obra, sigue viviendo frente a mí. Gracias a sus escritos, yo penetro en su universo personal, mi mirada se encuentra con la suya y ambos, a través de la palabra, iniciamos el diálogo misterioso del pensamiento.

Entender a un autor, es hacer nuestros su mundo y sus problemas, sus incertidumbres y sus hallazgos, sus dudas y evidencias, sus anhelos y angustias.

La obra de un autor es su existencia misma objetivada; cada una de sus ideas fue primero un hallazgo de su mente, una luche de su voluntad y un triunfo de su genio.
A través de su obra, es la historia entera de la humanidad la que se reconstruye ante mis ojos.

Por eso, saber leer y contribuir a que esto se dé ampliamente es uno de los mayores servicios que podemos hacer al país y a la humanidad entera.


Artículos extraídos del sitio: www.clubdelibros.com


Animación a la lectura
Artículo extraído, con autorización de los editores, del número especial "Con cien números por banda" de la revista Educación y Biblioteca. Año 11, N° 100, Madrid, abril de 1999. Se puede leer de un modo normal o, tal vez, saltar de letra en letra usando este alfabeto, que no forma parte del original:
A B C D E F G I J K L M N O P Q R S T U V
Apagar la luz y empezar a leer al resplandor de las linternas cuentos de miedo con los niños es animación a la lectura, organizar cursos de calceta para que entren en la biblioteca personas que de otra forma no lo harían es animación a la lectura, contar cuentos por la noche al calor de una queimada es animación a la lectura, convertir la biblioteca en restaurante y ofrecer a los usuarios manjares literarios es animación a la lectura.
Presentar cada día a los alumnos un libro "encontrado" en cualquier sitio según se va al instituto es animación a la lectura, hacer ruedas de prensa con los personajes de los clásicos es animación a la lectura, jugar con los niños a cambiarles los finales a los cuentos es animación a la lectura, reservar tiempo lectivo para frecuentar la biblioteca es animación a la lectura.
Contar cuentos a los hijos en la cama es animación a la lectura, meter libros en la maleta cuando se va de vacaciones es animación a la lectura, narrar el comienzo de una historia y provocar el deseo de seguirla en las páginas de un libro es animación a la lectura, regalar libros en las fiestas familiares es animación a la lectura.
Animación a la lectura es todo eso y mucho más. Según yo creo, comprende cualquier actividad orientada a aumentar el número de personas que disfrutan con los libros. Esa podría ser una definición, pero es tan amplia que resulta necesario perfilarla. Y como este número de EDUCACIÓN Y BIBLIOTECA se hace tomando al alfabeto como punto de partida, usaré las letras para hacer esa tarea.
La "A" me sugiere dos palabras: afecto y artesanía. Afecto porque la mejor forma de entrar en la lectura es a través del sentimiento. Un niño al que leen en alto de pequeño sus padres o alguna otra persona de su entorno afectivo, seguirá leyendo a lo largo de su vida. La familia y los amigos son los mejores guías para entrar en la literatura. Pero también, y a falta de ellos, los profesores y los bibliotecarios pueden facilitar un entorno acogedor que ayude a niños y mayores a sentir la lectura como algo placentero. Ese profesor que "encontraba" un libro cada día en los bancos de los parques o en los asientos del tranvía, existió. Dejó un recuerdo imborrable en sus alumnos, y les contagió su afición por la lectura. También los usuarios de las bibliotecas, en especial los más pequeños, se acercan muchas veces a los libros gracias a la cordialidad que encuentran en los bibliotecarios.
La artesanía es un trabajo detallista y cuidadoso que produce piezas únicas. Con mentalidad de artesanos tenemos que trabajar los que animamos a leer. Cada una de las actividades que emprendamos es digna de atenderse en todos sus detalles: la visita de un autor, por ejemplo, debe ser el final de un proceso de lectura, y el escritor tiene que sentirse valorado: si hace el esfuerzo de ir a conversar con sus lectores hay que presentarle a lectores de verdad, no a admiradores de famosos. Es preciso mimar el diseño y la realización de las actividades, porque el trabajo de animación a la lectura no es como el de las cadenas de montaje; necesita cariño, tiempo y reflexión.
La "B" se refiere a biblioteca, institución obligada a hacer promoción de la lectura. Además de comprar y organizar libros y otros materiales, la rutina del trabajo debe incluir la organización de actividades. Al principio pueden servir además de propaganda; programarlas es para la biblioteca la mejor forma de anunciarse, es decir "estoy aquí y soy tan necesaria como el hospital o el polideportivo".
La "C" pertenece a los centros de enseñanza, compañeros necesarios de la biblioteca en las tareas de animación a la lectura. Cualquier actividad que se organice en ella ha de ser difundida en los colegios e institutos, y cuando esto se repite durante varios cursos, los centros escolares ya cuentan con la biblioteca y sus ofertas, e incitan a participar en ellas a los alumnos.
Por otra parte, cuando son los centros de enseñanza los que practican alguna actividad de animación a la lectura, deben saber que pueden disponer de todos los recursos de la biblioteca, lo cual es casi siempre imprescindible debido a la pobreza de las bibliotecas escolares.
La "D" hay que adjudicársela al dinero. La animación a la lectura tiene sus costes; por eso el presupuesto de cada biblioteca ha de prever una partida para ese fin, como la que se destina a comprar libros y otros materiales o a pagar a los trabajadores. Muchas de las actividades que se pueden realizar en una biblioteca —llevar a un autor, o adquirir libros para clubes de lectura, por ejemplo— cuestan algo. Pero también hay otras que no generan gasto, como la hora del cuento o muchas más que pueden realizarse con el trabajo de bibliotecarios solamente. Además, si en un principio fuera imposible conseguir financiación, siempre hay colaboradores en los que apoyarse: las bibliotecas que llevan más tiempo trabajando, o las editoriales. En resumen, la idea que quiero transmitir es que los bibliotecarios tenemos que luchar por que los presupuestos recojan cada año una cantidad suficiente para la realización de actividades, pero la falta de dinero se puede suplir de otras maneras, sobre todo en un primer momento.
La "E" nos lleva a equipo, porque es necesario trabajar en colaboración cuando se quiere hacer animación a la lectura. Las bibliotecas grandes, que tienen muchos empleados, pueden repartir entre ellos las tareas y responsabilidades, pero esto es impensable en muchas bibliotecas municipales en las que trabaja sólo una persona. En esos casos es muy conveniente plantearse actividades cooperativas, para hacer entre varias bibliotecas el programa y abaratar los costos. Hay ejemplos recientes de esta forma de actuar, y se han hecho cosas imposibles de abordar si cada una de ellas hubiera trabajado en solitario.
Con la "F" hay que referirse a fondos bibliográficos, que es necesario tener en abundancia antes de empezar a practicar la animación a la lectura. Los lectores verdaderos son voraces, necesitan muchos libros, y quieren acceder rápidamente a las novedades que conocen a través de los periódicos. La biblioteca tiene que proporcionarles todo eso. De nada sirve formar lectores si después no se puede alimentar su afición a través de un fondo amplio, constantemente enriquecido.
La "I" es para designar a la imaginación. Después de cuarenta oscuros años en los que la lectura era vista desde el poder como algo sospechoso, llegó a este país la democracia, y con ella la necesidad de trabajar a favor de la propagación de la lectura. La esperanza iluminó la imaginación de los profesionales, y durante los siguientes veinte años fueron apareciendo en bibliotecas, librerías, centros de enseñanza; y en la calle, fiestas, maratones, trenes literarios, ferias, libros gigantes para los ciudadanos, brujas cuentacuentos, colecciones de cromos literarios, librofórums de muy diversos tipos, visitas de autores fallecidos, restaurantes para saborear libros, pequetecas y miles de ideas novedosas que hicieron atractiva y deseable la lectura. No sé hasta qué punto habrán valido todas para formar lectores. hay quien dice que muchas han servido para entretener más que para extender el hábito lector y que, de ahora en adelante, sólo se deben apoyar las que tienen una relación muy estrecha con los libros. A mí me sigue pareciendo que, como dicen que pasa con el amor, vale casi todo en la animación a la lectura, y reivindico la imaginación, que ha dado tanto brillo a las actividades de estos años.
Ello no es incompatible con la posibilidad de copiar ideas inventadas por otros compañeros, lo que también se ha hecho mucho en este tiempo. Las prácticas de animación más exportables se han copiado, aunque nunca exactamente porque en cada sitio tomaban fisonomía propia. Echo en falta las comunicaciones de experiencias que practicábamos los animadores hace años. Cada uno contaba sus realizaciones y todos salíamos llenos de propuestas y entusiasmo.
Kiosco empieza con "K", una letra que no quiero marginar porque me parece que a veces se hace poca justicia con los cómics. Yo misma, que empecé como lectora de tebeos —y fui capaz de dar el paso hacia los libros sin problemas—, desde la biblioteca he desconfiado de los cómics como forma de entrar en la lectura, por temor a que los que parten de ese género queden prendidos en sus páginas y no puedan despegar hacia otras más complejas; sin embargo ahora me parecen muy aprovechables, y no sólo para niños. Tener en bibliotecas y centros de enseñanza las principales colecciones y revistas de cómics es una buena manera de atraer a los jóvenes, un sector difícil de ilusionar con la lectura. El paso del cómic a otros libros no es tan complicado y, además, muchos cómics tienen un valor estético o literario nada desdeñable.
La "M" me sirve para hablar del miedo a las bibliotecas que pueden sentir los que no han adquirido la costumbre de leer. Miedo a no estar a la altura, a no saber moverse entre los libros, a ser tomado por inculto. La animación a la lectura rompe el miedo, porque ofrece actividades al alcance de todas las personas; abre puertas para que cualquiera pueda entrar en el mundo de los libros de una forma relajada.
La "N" nos lleva hasta la narración oral, porque a leer se puede empezar con los oídos. Así es como entró en la literatura Saramago, que en Estocolmo recordaba los veranos de su infancia: "la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, el mismo que suavemente me acunaba".
Hay que contar cuentos en casa, en el colegio, en la biblioteca. Las historias piden más historias, y desde las palabras escuchadas es natural llegar a las páginas impresas (y hasta el Nobel, como el año pasado pudimos comprobar).
Con la "O" comienza el ocio, y también la obligación, que en lectura son términos opuestos. A mí, como a Pennac, no me gusta el imperativo de leer, y no creo que se deba examinar a los lectores haciéndoles preguntas retorcidas para comprobar que han leído un libro. En los colegios se abusa de este procedimiento, y algunas editoriales siguen la corriente engordando los libros con espacios para contestaciones y resúmenes. El profesor Valverde, en una conferencia pronunciada hace años, decía con humor que un buen método de animar a la lectura podría ser la prohibición, sobre todo en la adolescencia, edad en la que atrae nadar contracorriente. Prohibir algunos títulos para incitar a su lectura es algo demasiado complicado, pero obligar a leer es un método nefasto. Los libros tiene que dar satisfacciones, no torturas.
La "P" me plantea una pregunta: ¿Vale más leer cualquier cosa que no leer ninguna? Creo que sí, pero a veces tengo dudas.
La "Q" de Quijote me da pie para contar una pequeña historia. Hace unos meses se celebró en la biblioteca en que trabajo un curso de animación a la escritura. El profesor pidió a los participantes que se presentaran brevemente, a través de alguna anécdota que ilustrara su relación con la lectura. Un chico de unos veinte años contó que a los diecisiete había pasado un curso en EEUU. Recordó el momento en que su madre le hacía la maleta, enorme, porque había que guardar todo lo necesario para un año. Cuando no parecía caber ninguna cosa más, la madre apareció con un voluminoso libro: El Quijote, e hizo un hueco para él ante las protestas de su hijo, que era quien tenía que atravesar con ese peso medio mundo. Al final ganó la madre. El libro viajó, y durante mucho tiempo estuvo perdido en la maleta. Pero cuando habían pasado varios meses y la añoranza de la lengua materna era grande, apareció de pronto como algo deseable. "Es indescriptible el placer", decía aquel muchacho, "que sentí al leerlo en aquellas circunstancias".
Es una historia personal —dirán algunos—, imposible de trasladar a grupos grandes. Los que así piensen se equivocan. En 1997, aprovechando el cuatrocientos cincuenta aniversario del nacimiento de Cervantes, seis bibliotecas municipales de Guadalajara realizaron en equipo una actividad sobre El Quijote. Varios cientos de personas, casi todas residentes en pueblos muy pequeños, lo leyeron, y participaron en actividades divertidas que les ayudaron a conocer mejor al personaje. Con esta práctica hemos aprendido que los clásicos son aprovechables en la animación a la lectura. Si se plantea bien la actividad, los lectores pueden disfrutar mucho con ellos.
Con la "S" vamos a soñar, porque hay que ser un soñador para hacer animación a la lectura. Afortunadamente hay muchos buenos soñadores entre los profesores y los bibliotecarios. De un sueño nació el Maratón de Cuentos, algo que cualquier persona realista hubiera abandonado antes de empezar, por imposible. Y ahí está, cumpliendo ya ocho años.
La "T" vale para firmar que sólo se puede transmitir lo que se siente. No se puede ser animador a la lectura si no se es lector, porque es imposible contagiar una pasión que no se tiene. Ahórrense esfuerzos los que no disfruten con los libros; por mucho que lo intenten nunca conseguirán hacer lectores.
Con la "V" voy a referirime a los voluntarios, gracias a los cuales pueden realizarse actividades con bajos presupuestos. Muchos de los coordinadores de clubes de lectura de la biblioteca en que trabajo son colaboradores desinteresados, que se han ido distinguiendo y ahora coordinan los debates semanales. Si no fuera por ellos sería imposible mantener doce grupos funcionando.
Pensaba utilizar al final las letras que no han aparecido hasta ahora para introducir las palabras negativas que también acompañan a la animación a la lectura, pero no se han dejado dominar. Algunas se han ido de estas páginas, y otras han escogido las palabras que quieren comenzar. Con la "G" yo quería introducir un verbo reflexivo, gastarse, que es lo que ocurre cuando se lleva tiempo haciendo animación a la lectura con pocos medios y mucha burocracia. Pero le ha ganado la partida otro verbo, gozar, que es un poco rimbombante pero define un sentimiento que se da realmente en el trabajo. La "J" no ha querido referirse al jaleo que conlleva la organización de actividades; le gusta más el júbilo. La "L" prefiere situarse en la libertad que aporta la lectura y no en lo laborioso que puede resultar el fomentarla. La "R" no quiere ser utilizada para calificar los presupuestos, reducidos casi siempre, y desea subrayar la capacidad de reflexión que se adquiere con los libros. Y la "U" se ha situado en la utopía de una sociedad gozosa, jubilosa, libre y reflexiva a la que se puede llegar a través de la lectura.
No sé si ha quedado claro lo que entiendo por animación a la lectura. Para muchos de nosotros es una parte muy importante de la vida.