martes, 18 de enero de 2011

Pessimum diem ignoto (2002)

Hoy amaneció, igual que cualquier día del almanaque. Sonrió el sol, eso sí, con mayor intensidad. Un día hermoso de celajes pardos, ruidosos de pájaros. El cosmos entero cumple con su rutina, se esmera, pero hoy amaneció allá en el vasto cosmos, más acá en los pájaros, y a pesar de ello, es el día en que se acaba el día. Diem ignoto
La gente camina, susurra, busca y se acostumbra fríamente a lo irremediable, esto es, la labor, el sustento, la ansiedad, el afán. Pero yo permanezco, me detengo en la cotidianeidad y siento que el sol salió sin tomarme en cuenta; se las ingenió para aguijonearme luz sin preguntarme si lo necesitaba porque ni siquiera yo lo sabía, pues hoy, mi hoy, carece de luz en realidad. No existe la armonía de la naturaleza, algo camina mal. No hay concordia con la geometría de los cielos y mi moral.
No me dijeron. Nadie me advirtió que llegaría hoy, donde lo que hice ayer no sirve para nada, donde lo que dije ayer se quedó precisamente allí. Donde al aire que aspiré profundamente en mis suspiros, ya hoy conforman otros que no son los míos, y no lo serán. Donde una gota de recuerdo se hace hoy mar, porque ayer la desprecié y hoy me ahogo en ella. ¿Por qué ha de ser así? ¡Quita el aire de una vez y no con tanta longanimidad! ¡Despréciame hoy nuevamente, no me des más oportunidad! Lo extenuante de toda circunstancia es que lo que se dijo, se ha dicho, se oyó, se asimiló y se le dio tiempo para que germinara. Hoy es un árbol de frutos amargos. Quizá si hubiera desistido en su ocasión, si hubiera retractado en su momento, si hubiera especulado mi destino, ese árbol de amargos frutos no me taparía con su sombra inequívoca, donde no veo moraleja ni sazón, pero sí vislumbro la ironía de un destello y me atrapa la visión de lo que pude haber hecho ayer, en instantes infinitésimos, en medio de los inconstantes movimientos de las hojas lozanas. Me pregunto como un niño a esas edades qué haré ahora. ¿Tendría acaso el valor de trepar por su tronco hasta su seno y divisar allí la plenitud del ayer como un posible hoy trocado? O quizá entonces, desde arriba vería la mejor oportunidad de precipitarme al otro lado, en el vacío de hoy… Cobarde y abrumado me detengo y pienso: Esto lo sabré mañana, cuando habiendo decidido subir con ánimo, esperaré lo que hago hoy para resolver este dilema cruento. Absurdo que también me plantearé el día de mañana pues me detendré y bajaré de nuevo. Y así, en la consecución inexorable de los días, esperaré lo que decida, lo que diga, lo que se oiga, lo que germine, y la efímera tranquilidad me invadirá hasta que muera sin la redención, porque siempre amanecerá igual que cualquier día del almanaque.

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